domingo, octubre 29, 2006

El silencio del poder o el poder del silencio


En esta ocasión no quiero ponerme a hablar del tema escogido esta semana por los columnistas: el cinismo del asesor presidencial, José Obdulio Gaviria, a raíz de su artículo en El Tiempo. Creo que de ese tópico ya se han dicho muchas cosas que no me parece valioso repetir. Igual, comparto todas las opiniones que he leído.

Para proponer otro tema de reflexión, quisiera compartir con quienes, o bien no le creemos a Uribe o sí le creen, un texto magistral de Ryszard Kapuscinski, reconocido periodista polaco, titulado simplemente Silencio, que me ha impactado por la certeza y pulcritud de sus argumentos, para nuestro contexto latinoamericano, en momentos donde en Colombia predomina un ambiente de silencio para cubrir las mentiras que se le salieron de las manos al Gobierno; el silencio mezquino que mantienen las FARC sobre la suerte de los secuestrados; el silencio de los políticos sobre sus vínculos con paramilitarismo y alianzas electorales turbias; el silencio de los mismos paramilitares en el proceso de paz sobre la verdad de sus crímenes de lesa humanidad, que no permite la reparación de sus víctimas; el silencio de los militares sobre los señalamientos de falsos positivos. Lo he transcrito sin ninguna edición, para que puedan reflexionar sobre él:

SILENCIO: Las personas que escriben libros de historia dedican demasiada atención a los llamados momentos sonados y no prestan la suficiente a los períodos de silencio. Se trata de una falta de intuición, tan infalible en cualquier madre cuando se da cuenta de que de la habitación del hijo no le llega ningún ruido. La madre sabe que ese silencio no presagia nada bueno. Que es un silencio en el que acecha algún peligro. Corre hacia allí sabiendo que su intervención es imprescindible, corre porque siente que el mal flota en el aire.

El silencio en la historia y en la política desempeña el mismo papel. Es señal de una desgracia y, a menudo, de un crimen. Es un instrumento político tan eficaz como pueden serlo el esgrimir las armas o los discursos en un mitin. Necesitan del silencio los tiranos y los ocupantes que velan para que su actuación pase inadvertida. Advirtamos con cuánto celo lo cuidaron y lo mimaron todos los colonialismos. Con qué discreción trabajó la Santa Inquisición. Con qué empeño evitó toda publicidad Leónidas Trujillo.

¡Cuánto silencio emana de los países poblados de cárceles llenas a rebosar! Del país de Somoza, del país de Duvalier. ¡Cuánto esfuerzo le cuesta a cualquiera de estos dictadores el mantener el ideal estado de silencio que, sin embargo, cada dos por tres aparece alguien dispuesto a violar! ¡Cuántas víctimas causa y qué costes ocasiona!

El silencio exige que los campos de concentración se levanten en lugares apartados. El silencio precisa de un aparato policial gigantesco. Necesita de todo un ejército de delatores. El silencio exige que sus enemigos desaparezcan de repente y sin dejar rastro. No permite que ninguna voz, de queja, de protesta, de indignación, turbe su paz y tranquilidad. Si aun así la voz se deja oír, allá donde suene, el silencio golpeará con toda su fuerza y restablecerá el estado anterior, es decir, el ideal estado de silencio.

El silencio posee la facultad de expandirse, de ahí que utilicemos expresiones como el silencio lo envolvía todo o el silencio reinaba por doquier. También tiene la capacidad de aumentar de peso, y de ahí que hablemos del peso del silencio igual que hablamos del peso de los cuerpos sólidos o líquidos.

La palabra silencio casi siempre aparece asociada con expresiones como cementerios (silencio sepulcral), campo después de una batalla (reducir al silencio al enemigo), mazmorras (el silencio de las mazmorras). No se trata de asociaciones casuales.

Hoy en día se habla mucho de combatir el ruido, cuando combatir el silencio es mucho más importante. En la lucha contra el ruido está en juego la tranquilidad de nuestros nervios, mientras que en la lucha contra el silencio lo que está en juego es la vida humana. Nadie justifica ni defiende al que hace mucho ruido; en cambio, aquel que en su país impone el silencio siempre está protegido por un gran aparato de represión. Por eso la lucha contra el silencio resulta tan díficil.

Sería muy interesante que alguien investigara en qué medida los sistemas mundiales de comunicación de masas trabajan al servicio de la información y hasta qué punto al servicio del silencio. ¿Qué abunda más: lo que se dice o lo que se calla? Se puede calcular con facilidad el número de personas que trabajan para la publicidad. ¿Y si se calculase el número de personas que trabajan para que las cosas se mantengan en silencio? ¿Cuál de las dos cifras sería mayor?

(Kapuscinski, Ryszard. La guerra del fútbol y otros reportajes. Traducción de Agata Orzeszek. Editorial Anagrama, Barcelona, 1992. Pgs. 225-227)
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